Muy queridas parejas
Se ha discutido mucho en los últimos tiempos en el interior del Movimiento sobre el sentido de nuestra misión en la Iglesia de hoy. Esto se corresponde con las recientes llamadas del Papa Francisco en sus mensajes a las familias y más concretamente, en lo que a nosotros concierne, en la que hizo en el Encuentro de Responsables en Roma en septiembre de 2015. Ésta vino a ser sólo una concreción de que él desea de toda la Iglesia y de cada cristiano. Desde la encíclica Evangelii Gaudium (2013), el Papa Francisco repite constantemente que cada cristiano debe ser discípulo misionero.
El Concilio Vaticano II dice de los laicos que su misión consiste en la santificación de las realidades terrestres, ordenándolas según Dios (LG 31). Si nos miramos a nosotros mismos, como Movimiento, se trata ante todo de una dinámica de profundización espiritual a partir del sacramento del matrimonio. Podemos decir que esa es nuestra gracia desde el origen, nuestro carisma y nuestra misión, que el Espíritu Santo inspiró al P. Caffarel y a los primeros matrimonios. En aquellos momentos la preocupación principal era espiritual. Hoy, aquella preocupación continúa siendo actual, pero cada día mayor puesto que vivimos, tanto en la Iglesia como en la humanidad en general, una crisis sin precedentes, que afecta a los atributos esenciales del matrimonio, como grandeza humana y cristiana, bien enunciados en Familiaris consortio, de San Juan Pablo II (22.11.1981), o en Amoris Laetitia, del Papa Francisco (2016).
Entonces, cuando hablamos de la misión, no debemos fijar nuestra atención solamente en el hacer, como si se tratara de hacer cosas, en el sentido que damos generalmente al apostolado de los laicos. Esto es muy importante y no lo debemos olvidar. Sin embargo, el acento se debe poner en el ser. En otras palabras: dar testimonio de la alegría del consentimiento incondicional dado al cónyuge en el momento de la celebración del matrimonio; dar testimonio de la alegría de la unidad indisoluble del amor que es más fuerte que la muerte; dar testimonio de la alegría de los hijos acogidos como don de Dios, que no hacen mal ni al bolsillo ni a la salud de las madres. Es así como la pareja se convierte en colaboradora de Dios en la obra de la creación y la conservación del mundo, poblando con sus hijos la tierra y el cielo (Gn 1,28) ¡Verdaderamente la pareja humana, y sobre todo el matrimonio cristiano, son la obra más bella de la Creación!
Esta es, queridísimas parejas, la perspectiva hacia la cual debemos orientar nuestra atención al hablar hoy del sentido de nuestra misión como Movimiento: no se trata solamente de salir, sino de transmitir un testimonio que podemos dar si lo vivimos. Pero esto no es fácil, bien lo sabemos. Consiliarios espirituales y parejas, todos necesitamos estar bien fundados sobre la gracia según la palabra del Señor: «sin Mí, nada podréis hacer» (Jn 15,5). Es para ayudarnos en esta espiritualidad y en esta misión que el Movimiento pone a nuestra disposición la metodología de los puntos concretos de esfuerzo, de los cuales no me canso de resaltar dos, como bien sabéis. Sed fieles a todos pero especialmente a la oración conyugal y al deber de sentarse.
Que Dios os bendiga y os proteja por la intercesión de Nuestra Señora.
P. José Jacinto Ferreira de Farias, scj
Consiliario espiritual del ERI