Carta de Octubre 2015

Pére Jacinto Farias

Muy  queridos Equipistas,

« ¡Esta palabra es dura! ¿Quién la puede escuchar ?» (Jn 6,60), fue la reacción de muchos de los discípulos a las palabras de Jesús después de la multiplicación de los panes.  En una clara alusión a la eucaristía, Jesús dice que su carne es verdadero alimento y que su sangre es verdadera bebida.  En la lógica del Evangelio de San Juan, ese discurso de Jesús sobre el pan de la vida es mucho más comprensible si recordamos que Jesús es la Palabra encarnada de Dios (Jo 1,14), la única y definitiva Palabra de Dios que Dios dijo a la Humanidad.  Los discípulos reaccionaron de esta manera, porque no lograban comprender que la Palabra de Dios es la persona misma de Jesús que habla en la comunidad de sus discípulos.  El mismo, en la comunidad de sus discípulos, es la Palabra de Dios de la que el hombre necesita más que del alimento que perece: el hombre ni vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de boca de Dios.  Los judíos conocían bien eso; ellos levaban el primer mandamiento- « escucha Israel »  (Dt 6,4) – ante los ojos, como luz, y como un manípulo sobre el brazo.  Pero cuando Jesús dijo que la Palabra que alimentaba ya no es la Ley ni los Profetas, sino El mismo en persona: que el lugar de la escucha es la comunidad de sus discípulos, tales palabras son « duras » de escuchar, porque exigen una conversión completa; ahora, amar a Dios más que todo significa seguir a Jesús que nos conduce a Dios. El es en persona la cara visible de Dios. Aún si adoramos a Dios en Espíritu y en Verdad por encima de todo, es en la comunidad de sus discípulos, la Iglesia, donde encontramos el lugar donde El está presente, aún si duerme durante las grandes tempestades de la historia y de la vida personal de cada uno. Todo eso sonaba un poco extraños a los oídos de muchos de los discípulos y por eso ellos se alejaron y no lo siguieron. Es entonces cuando Jesús pregunta  a los doce que quedaron: « ¿vosotros también os queréis ir?  Simón Pedro le respondió: Señor ¿a quién iremos nosotros?  Tú tienes palabras de vida eterna. (Ju, 67-68.

Esas palabras también son duras hoy, como lo fueron hace tiempos.  Jesús mismo, a la hora de su pasión dijo « ¡Abba, todo es posible para ti: aleja de mí este cáliz; que se haga tu voluntad y no la mía!» (Mc 14, 36). Duras son las palabras de Jesús retomadas por San Pablo  « así ya n9 serán dos, sino una sola carne »  (Mc 10,8) – refiriéndose al matrimonio entre los discípulos de Cristo, texto que es la base de la Escritura para afirmar la indisolubilidad del matrimonio sacramental  (cf Ef 5,31-32). Según el apóstol e iluminado por el misterio de Cristo y de la Iglesia, la esposa es para el matrimonio, el cuerpo del marido y el marido es la cabeza de la esposa. Esto significa que la mujer piensa en su relación col marido, y el marido siente el corazón de su mujer; el marido es la cabeza de la mujer: la mujer es el corazón del marido, viviendo una sumisión recíproca, porque la obediencia recíproca, que es la esencia de la relación entre cristianos (cf. Ef 5,21), no es posible solamente sino entre personas que se aman.  Amar es ser capaz de entregarse en la perfección del amor que es el perdón. Amar y sufrir son idénticos.  El amor humano, aún transfigurado por la gracia, es un amor crucificado. Esas palabras son verdaderamente duras, pero tienen la dulzura del amor.

En la medida de lo posible y bajo la acción de la gracia de Dios, hagamos nuestras las palabras de San Pedro: « Señor, ¿a quién iremos nosotros ?# Tú tienes palabras de vida eterna » No olvidéis esto en vuestra oración conyugal y sobre todo en vuestro deber de sentarse. Orad por mí; yo hago lo mismo por vosotros.

P. José Jacinto Ferreira de Farias, scj.
Conseiller Spirituel de l’ERI.


“Anunciar, testimoniar y comunicar” nuestra vocación matrimonial y familiar, animándonos a poner en práctica la espiritualidad conyugal.

To et Ze Moura Soares.