Carta de marzo 2023

Pd. Ricardo Londoño Dominguez

La ascesis, camino de santidad

«Toda elección, implica renuncias» es una expresión común que utilizamos muchas veces. Cuando elegimos seguir a Jesús y vivir de acuerdo con su proyecto, aparecen frente a nosotros una serie de renuncias que asumimos libremente para ser fieles a nuestra condición de cristianos.

Hablar de ascesis o de ascetismo es, de alguna manera, hablar de renuncias voluntarias que contribuyen a nuestro desarrollo espiritual en la búsqueda de la santidad a la que estamos llamados.

Al buscar una definición de ascesis, encontramos que se dice: Es ejercicio y práctica de un estilo de vida austero y de renuncia a placeres materiales con el fin de adquirir unos hábitos que conduzcan a la perfección moral y espiritual. O, también: Doctrina que propone alcanzar la perfección moral y espiritual mediante este estilo de vida. Igualmente: Es un término, derivado del griego, que se entiende comúnmente como el conjunto de esfuerzos mediante los cuales se quiere progresar en la vida moral y religiosa. (En su sentido originario la palabra indicaba cualquier ejercicio -físico, intelectual y moral- realizado con un cierto método en orden a un progreso.)

De ahí que, al hablar de ascesis, estamos mirando la vida cristiana como camino gradual de esfuerzos continuos que nos conduce a la santidad.

Poco se habla hoy de eso a pesar de su permanente presencia en las invitaciones de Jesús y en los textos del Nuevo Testamento. Pareciera que hay un cierto temor ante el peligro de concebir la vida cristiana como una serie de penitencias y privaciones dejando a un lado el mandamiento del amor. Tal vez, en una mirada hacia atrás, aparecen momentos de la historia de la Iglesia en los que primó esa mirada. Bajo reflexiones inspiradas en la filosofía griega se desconfiaba del cuerpo y se le miraba como peligro para la santificación. Se hablaba mas de mortificaciones corporales que de vivencia del proyecto de Jesús.

Pero, en la integral concepción del ser humano, una auténtica y coherente vida espiritual cristiana, exige tener en consideración aspectos corporales, síquicos, morales y espirituales y así establecer ese camino de perfección que nos conduce a la santidad anhelada.

En estos días, en los que hemos comenzado una vez más el camino de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a sus hijos a que, dentro de las prácticas cuaresmales, junto con la vivencia de la caridad y el fortalecimiento de la oración, tengamos también con nosotros el ayuno. No se trata solamente del dejar de comer algunos alimentos, sino que con eso se expresa la práctica de todos esos ejercicios que se refieren a la ascesis.

El P. Caffarel, en unas Jornadas para Responsables de Sector en marzo de 1972 dedica un rato a responder preguntas concernientes a la ascesis. Traigamos sus palabras:

Pregunta: ¿El ascetismo sería un conjunto de reglas de vida?

Responde: “La ascesis consiste, en parte, en eliminar de la propia vida todo lo que nos frena y nos impide responder a las llamadas del Señor. Todos tenemos de estas cosas, una es la gula, otra la sensualidad, otra la ambición, otra la voluntad de aparentar, etc… Todos tenemos muchas tendencias que nos lastran en nuestro caminar hacia Dios. O si lo quieres poner en términos de amor, nuestro amor por Dios se ve terriblemente obstaculizado por el apego a nosotros mismos, y nuestro apego a nosotros mismos se compone de muchas cosas. Son todas esas concupiscencias que he nombrado: me gusta el dinero, me gusta pasear, me gusta estar solo, etc… Así que hacen falta mil y un esfuerzos para que mi vida sea por fin una vida de amor. Esto implica todas las conquistas de mí mismo. Esta conquista de mí mismo no la conseguiré de la noche a la mañana. Así que voy a emprender la conquista de mí mismo poco a poco, diciéndome a mí mismo que tengo 10 años, 20 años, 50 años por delante…

… Diré una palabra más para terminar. Si en Roma sugerí esta orientación de la ascesis, es porque, en línea con lo que dije antes, a saber, que cuando se ama a un ser hay que tratar de liberarse de todo lo que obstaculiza el amor por ese ser. En Roma dije que el Movimiento era un poco pesado. Me preguntaba por qué existía esa pesadez, por qué tantos hogares daban la impresión de una profundización espiritual insuficiente, de una falta de alegría espiritual. Reflexionando, me pareció -y por eso hablé de ascetismo- que muchos cristianos se preocupan de amar a Dios, pero no de pagar el precio. Amar exige que paguemos un precio, y en particular ese precio que consiste en mortificar todo lo que frena nuestro impulso. Y porque descuidamos demasiado este aspecto negativo de esta otra cara del amor, que es la renuncia, al final el amor no puede desplegarse, el amor no es suficientemente alegre, hay una moral que se arrastra sin las alas del amor. Y si no tiene las alas del amor, aunque quiera tenerlas, es porque no le importa mortificar en mí ese amor a mí mismo que compite incesantemente con el amor de Dios.”                                                                                                    

Ricardo Londoño Domínguez,
consiliario espiritual

 


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