“No teman. Les anuncio una gran alegría para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es el Mesías, el Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc. 2,10-12)
El misterio más sublime y hermoso, la Encarnación y el Nacimiento de Dios-con-nosotros, es descrito con una invitación a no temer y a alegrarnos. Y el signo es muy sencillo: un niño envuelto en pañales, acostado en una pesebrera.
Por ninguna imaginación humana podría pasar tanta grandeza en tanta simplicidad: un niño pobre recién nacido es el Cristo Salvador, el Señor de la historia, el Hijo de Dios hecho humano, el Redentor de la humanidad. Imposible tanta pequeñez y, sin embargo, la gran verdad: es Navidad. Ha nacido Jesús, el hijo de María y la alegría nos desborda.
La Navidad no puede disolverse en el ruido y los intereses económicos de nuestra sociedad de consumo: luces, pólvora, regalos, comida, bebida, tarjetas, bailes, gritería…
Sólo si somos capaces de percibir la presencia de Dios que se compromete radicalmente con nosotros, podremos decir con coherencia: ¡Feliz Navidad!
Sólo si aceptamos que Dios está vivo y presente en el humano que sufre y necesita, tiene sentido decir: ¡Feliz Navidad!
Sólo si abrimos nuestro espíritu, nuestro corazón y nuestra mente para que Dios hecho humano nos transforme, podremos pronunciar una vez más el deseo de Feliz Navidad.
Quiero invitarlos a todos a pronunciar con sentido, con coherencia y con entusiasmo esa exclamación maravillosa: ¡FELIZ NAVIDAD!
P. Ricardo Londoño Domínguez,
Consejero Espiritual de l’ERI