Vivir la fe a dos

La Biblia, en el Éxodo, nos habla de la marcha del pueblo en el desierto. Pensemos en esa gente huyendo, guiados por Moisés; eran sobre todo familias; padres, madres, hijos, abuelos; hombres y mujeres de todas las edades, muchos niños con los viejos que experimentaban la fatiga….Ese pueblo hace pensar en la Iglesia  caminando en el desierto del mundo de hoy, nos hace pensar en el Pueblo de Dios, compuesto en su mayoría por familias.

Esto hace pensar en las familias, en nuestras familias, caminando por las rutas de la vida, en la historia de cada día…. Son incalculables la fuerza, la carga de humanidad contenida en una familia: la ayuda recíproca, el acompañamiento educativo, las relaciones que crecen con el crecimiento de las personas, el compartir de las alegrías y las dificultades…Pero, las milias son el primer lugar en el cual nos formamos como personas y al mismo tiempo ellas son los « ladrillos » para la construcción de la sociedad.

Esto nos hace pensar en las parejas de esposos que « no soportan el viaje », el viaje de la vida conyugal y familiar.  La fatiga del camino se convierte en una lasitud interior; ellas pierden el gusto del  Matrimonio, ya no beben el agua de la fuente del sacramento. La vida cotidiana se vuelve pesada, y muchas veces « repugnante ».

En ese momento de desconcierto – dice la Biblia – llegan las serpientes venenosas que muerden a las personas, y muchas veces las matan. Este hecho provoca el arrepentimiento del pueblo, que pide perdón a Moisés y le suplica que pida al Señor que aleje las serpientes. Moisés suplica esto al Señor y El les envía el remedio: una serpiente de bronce, suspendida de un asta;  quien la mire se curará del veneno mortal de las serpientes.

¿Qué significa ese símbolo? Dios no elimina las serpientes, El ofrece un « antídoto » a través de esa serpiente de bronce, hecha por Moisés.  Dios transmite su fuerza de curación – fuerza de curación – que es su misericordia, más fuerte que el veneno tentador.

El remedio que Dios frece al pueblo vale también, en particular, para los esposos que « no soportan e camino » y son mordidos por las tentaciones de desencanto, de infidelidad, de la regresión, del abandono….A ellos también, Dios Padre les dona a su Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos : si ellos se confían a Él, El los cura por el amor misericordioso que surge de la cruz, por la fuerza de una gracia que regenera y vuelve a llevarlos al camino, sobre la ruta de la vida conyugal y familiar.

El amor de Jesús, que ha bendecido y consagrado la unión de los esposos,  está a punto de mantener su amor y renovarlo cuando humanamente se pierde, se desgarra, se amolda.  E amor de Cristo puede dar a los esposos la alegría de caminar juntos; porque el matrimonio, es eso: el caminar juntos de un hombre y una mujer, en el que el hombre tiene la tarea de ayudar a su esposa a ser ante todo mujer, y la mujer tiene la mujer tiene la tarea  de ayudar a su marido ante todo a ser hombre.  Esa es la tarea que tenéis entre vosotros. « Yo te amo, y por eso soy cada día más mujer » – « yo te amo y por eso, soy cada día más hombres ». . Esa es la reciprocidad de las diferencias. No es un camino simple, sin conflictos, no, eso no sería humano.  Es un viaje exigente, a veces difícil, a ves conflictivo también, pero, ¡así es la vida!  Y entre esta teología que nos da la Palabra de Dios sobre el pueblo en marcha, también sobre las familias en marcha, sobre los esposos en marcha, un pequeño consejo. Es normal que los esposos peleen. Esto  pasa siempre. Pero yo os aconsejo: no terminéis nunca la jornada sin hacer la paz.  Jamás. Un pequeño gesto es suficiente.  Y así continuamos marchando.  El matrimonio es símbolo de la vida, de la vida real, ¡no es una « ficción »!  Es el sacramento del amor de Cristo y la Iglesia, un amor que encuentra la Cruz su verificación y su garantía. Os deseo, a todos vosotros, un buen camino: un camino fecundo; que el amor crezca. Os deseo felicidad.  Habrá cruces ¡ahí estarán!  Pero el Señor siempre está ahí para ayudarnos a avanzar. ¡Que el Señor os bendiga!

 Papa Francisco