Carta de Enero 2018

P. Jacinto Farias

Muy queridos matrimonios,

Durante los viajes que he hecho al servicio del Movimiento, ha sido muy reconfortante para mí encontrar a tantos Equipistas que me reconocen, porque mi cara y mi pensamiento les son familiares por las fotos y los mensajes que he enviado regularmente en el correo del ERI. Este reconocimiento es para mí muy estimulante para continuar escribiendo estos mensajes, que son parte de mi servicio sacerdotal de animar y confirmar a los hermanos en la fe. En nuestro caso, confirmar y animar en la fe consiste para mí en ayudaros a mantener el celo de vivir en fidelidad creativa el carisma y la espiritualidad de nuestro Movimiento: vivir la santidad del sacramento del matrimonio. Pero ese carisma y esa mística no pueden ser vistos como si se tratara de un título de propiedad o de una patente que nuestro Movimiento y la Iglesia tienen sobre esta manera de vivir el matrimonio. Nosotros no somos propietarios : somos servidores de ese misterio. Tenemos el servicio y la misión de dar testimonio de la dignidad del matrimonio “natural”, porque el sacramento se basa en las propiedades naturales del matrimonio, es decir, presupone la dignidad antropológica del matrimonio como tal. Las propiedades naturales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad: todo matrimonio entre un hombre y una mujer (unidad) es por naturaleza indisoluble (indisolubilidad) hasta que la muerte los separe. Se dice “natural” porque es independiente de la cultura y de la religión que se profese. Tiene tal dignidad antropológica que constituye la base del matrimonio cristiano. En su dignidad natural, el matrimonio está inscrito en la naturaleza humana y, por lo tanto, « no está al arbitrio de la voluntad humana », como enseña el Concilio Vaticano II (GS 48). Cuando se celebra entre cristianos, se convierte en sacramento, es decir, signo de Cristo y de la Iglesia: « grande es este misterio, que yo lo relaciono con la unión de Cristo y de la Iglesia » (Ef 5,32).

Vivir y testimoniar ese misterio, esos son nuestro carisma y nuestra misión. Toda la pedagogía del Movimiento, traducida en « los puntos concretos de esfuerzo », constituye un método, una «regla» para ayudar a las parejas a vivir su matrimonio en la santidad. Nuestra misión consiste en hacer irradiar ese misterio a la Iglesia y al mundo, misión que se hace más necesaria porque vivimos en un ambiente que le es contrario. En respuesta a las doctrinas profesadas especialmente por Lutero [1483-1546], el concilio de Trento [1545-1563] declaró como dogma que el matrimonio es uno de los sacramentos instituidos por Nuestro Señor Jesucristo (DS 1601) e indicó las condiciones formales y materiales según las cuales se debe celebrar, sobre todo para ir al encuentro de una verdadera plaga social de aquellos tiempos, “los matrimonios secretos” (cf. DS 1813-1814).

Como Equipos de Nuestra Señora, nuestra misión consiste en proclamar que ese ideal del matrimonio cristiano, como camino de santidad, no es propiedad exclusiva de los católicos. No tenemos ningún título de propiedad. Somos enviados, como lo pide el papa Francisco, para que testimoniemos que la manera cristiana de vivir el matrimonio responde a algo que todos los hombres desean en el fondo de su corazón, y que, por consiguiente, es camino de alegría y felicidad para el hombre de hoy.

Todos reconocemos que vivir la santidad del matrimonio exige de las parejas « una notable virtud » (GS 49), un derroche de heroísmo. En todo caso, lejos de nosotros la pretensión de presentarnos como héroes. La exclamación de los discípulos es válida para nosotros también: « ¡Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, más vale no casarse! » (Mt 19,10) Pero es igualmente válida la respuesta del Señor: « Para los hombres, es imposible, pero para Dios, todo es posible. » (Mt 19,26). Para que lo imposible se haga posible, nuestro Movimiento ofrece los medios que nos ayudan a obtenerla, los puntos concretos de esfuerzo, de los cuales he insistido particularmente en la importancia de la oración conyugal y del deber de sentarse.

Durante este año en el cual nos preparamos para Fátima, pidamos a Nuestra Señor la gracia de la fidelidad a nuestro carisma y a nuestra misión, y que interceda por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte, las dos grandes horas decisivas de nuestra vida. Que ella nos indique siempre el buen camino a recorrer, lo que debemos hacer, como les dijo a los sirvientes en las bodas de Caná: « ¡Haced lo que Él os diga » (Jn 2,5)! Y así saborearemos el vino nuevo de la bondad y la santidad del matrimonio, como fuente de felicidad y de esperanza para la Iglesia y para el mundo de hoy.

Os saludo cordialmente pidiendo para todos vosotros y vuestras familias las gracias más abundantes y bendiciones de Dios.

P. José Jacinto Ferreira de Farias, scj
Conseiller Spirituel de l’ERI


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