Discípulos misioneros…
En la última carta que os dirigí, hablé de la importancia de dos puntos concretos de esfuerzo – la sentada y la oración conyugal – como medios fundamentales para promover y hacer vivir el misterio del amor conyugal. Nunca insistiremos demasiado sobre estos puntos: habéis comprendido bien, en razón a mi insistencia, que se trata para mí de un punto fundamental de la metodología de nuestro Movimiento. Estos puntos concretos de esfuerzo son una ayuda para vivir nuestro carisma, para dar testimonio, en la Iglesia y en el mundo, del misterio del sacramento del matrimonio y del ideal de la santidad en la pareja.
La vocación a la santidad, muy queridas parejas, es parte intrínseca del misterio y de la misión de la Iglesia. Ahí encontramos una de las principales aportetaciones del Concilio Vaticano II. La Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, consagró todo un capítulo al tema de la vocación universal a la santidad, la cual no se refiere solamente a un grupo en la Iglesia, sino a todos los cristianos. Desde el Santo Padre hasta el más simple de los fieles, todos somos llamados a la santidad.
Esta sensibilidad en lo concerniente a la santidad ha sido también el fruto de nuestro Movimiento, cuyo carisma y vocación consistían desde el comienzo, en buscar los medios para vivir la santidad en el seno de la pareja. « Busquemos juntos » fue la respuesta del P Caffarel a las primeras parejas que se dirigieron a él en 1947, cuando le pidieron que les ayudara en esa búsqueda.
Como el horizonte que da un sentido y una dirección a nuestra existencia, la Santidad no es una cuestión ligada a nuestras elecciones personales como si fuera una alternativa que pudiéramos escoger. Según la Escritura y la tradición de la sabiduría de la humanidad, solamente dos caminos son posibles; el camino de la vida y de la verdad, que nos conduce hacia el bien, al Bien supremo que es Dios; o el camino de la falsedad y por consiguiente de la muerte. En la Escritura, encontramos esta frase: pongo delante de vosotros dos caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte (cf. Dt 30, 19). Seguid el camino de la vida y viviréis, mientras que el otro aunque parezca fácil y atractivo, nos aleja de nosotros mismos y nos conduce a la muerte, a la destrucción del hombre y de sus relaciones, como lo vemos hoy en la crisis de las familias y de las sociedades en un mundo profundamente enfermo.
En el documento programático de su ministerio papal: la Exhortación apostólica Evangelio Gaudium, el Papa Francisco insiste en la afirmación que todos nosotros, cada uno según su condición, debemos ser « discípulos misioneros » (EG 120), es decir, enviados para llevar testimonio a quienes viven en nuestra periferia es decir a nuestro lado, de la alegría de ser discípulos del Señor, El que tanto nos ha amado y se entregó por nosotros, según las palabra de San Pablo (Ga 2,20).
Deseo verdaderamente que esta carta os encuentre en buena forma. Recibid un saludo muy cordial, invocando para todos vosotros las gracias más abundantes y bendiciones de Dios.
P. José Jacinto Ferreira de Farias, scj