Carta de Abril 2020

Pd. Ricardo Londoño Dominguez

Cuando en el horizonte se vislumbra una amenaza, el ser humano tiende, casi instintivamente, a defenderse. Es un mecanismo de supervivencia básico.

Ha aparecido en la China el coronavirus que ha generado toda clase de actitudes y comportamientos: Para unos, es el comienzo del fin del mundo; para otros, es un virus más de los que, junto con las bacterias, aparecen en algunos momentos de la historia, pero que pasará; para otros es una oportunidad para pensar en grandes negocios de venta de vacunas, efectivas o inocuas; otros, encuentran la manera de frenar la expansión china que inunda el mercado mundial de cuanto producto pueda imaginarse; otros, imaginan el inicio de un gran conflicto bélico. Para muchos, el problema está más en el pánico despertado que en la peligrosidad efectiva del virus. Y, de hecho, muestran con números y estadísticas, otros flagelos peores. Pero el hecho es, que apareció una amenaza y se ha enfrentado.

Cada país, cada región, cada continente ha medido sus reales o imaginarias posibilidades de asumir el fenómeno y ha comunicado a los interesados el camino a seguir en prevención, recuperación y curación.

Pues bien, este ejemplo nos sirve para preguntarnos cuáles son, en nuestra época, las amenazas reales al proyecto matrimonial cristiano y qué medidas se están tomando. Hay amenazas contra la unidad e indisolubilidad; amenazas contra la estabilidad y la fidelidad; amenazas contra la concepción, el desarrollo y el nacimiento de los hijos; amenazas contra la posibilidad real de un proyecto estable y duradero; amenazas contra la educación y la formación de los niños, adolescentes y jóvenes según los principios y valores de sus padres; etc.

¿No es verdad, que los Equipos de Nuestra Señora tienen aquí una responsabilidad concreta? ¿Sentimos la fuerza y el desafío para un verdadero testimonio? ¿Somos capaces de manifestar el valor profundo del carisma que nos congrega?

Hay mucho camino por recorrer. Lo estamos caminando, pero nos falta mucho. Necesitamos fortalecer nuestros vínculos, nuestra formación, nuestra vivencia de los PCE, nuestro compromiso de discípulos misioneros que llevamos un tesoro en vasijas de barro. Somos portadores de un don de Dios para el bien de la Iglesia y el mundo.

Por eso, pidamos al Señor la capacidad de ser intrépidos testigos de una trascendencia con frecuencia ignorada. Que la vida de cada matrimonio, de cada equipo y del Movimiento entero, sea una luz en medio de la oscuridad; sea sal que dé sabor y preserve de la corrupción el proyecto de Dios.

Ricardo Londoño Domínguez,
consiliario espiritual

 


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Marcia & Paulo Faria