Carta de Julio 2016

Pére Jacinto Farias

Muy queridos equipistas,

Espero que todos os encontréis bien al recibir esta carta, que escribo, como siempre, pensando en vosotros, bien representados por aquellos que he tenido ya la gracia y el privilegio de conocer en los encuentros internacionales de las diversas regiones del mundo. Es verdaderamente un motivo de alegría y una gracia poder testimoniar en los encuentros cómo vivís con entusiasmo en pareja y en familia la « alegría  del amor » de la cual nos habla el buen Papa Francisco.

La «alegría» es la expansión del corazón  (cf. Amoris Laetitia 126) de quien sabe ser amado, en el sentido de ser acogido, de ser aceptado a causa de lo que es, gratuitamente, y no por lo que pueda dar. Ya el antiguo filósofo griego Aristóteles (384-322 a. C.) decía que la amistad consiste en querer el bien del otro por lo que él es, no por lo que puede dar. Santo Tomás de Aquino  (1225-1274)  retoma y desarrolla esta definición ; el Magisterio reciente de la Iglesia, de Pablo VI al Papa Francisco, ve en esta dimensión gratuitamente oblativa lo que hay de profundamente verdadero en lo que podemos comprender y vivir como amistad, como amor  (cf. Amoris laetitia 101-102).

El fundamento del matrimonio cristiano es la relación de los esposos que se aman, es decir, que se desean el bien recíprocamente, por lo que son y no por lo que pueden dar. El sacramento purifica el amor humano, que contiene en sí la marca de la eternidad, de lo definitivo  (cf. Amoris laetitia 123) y lo eleva al nivel de signo del amor entre Cristo y la Iglesia: el esposo representa a Cristo y la esposa representa a la Iglesia. Es evidente que aquí se trata de una analogía imperfecta  (cf. Amoris laetitia 73), porque el amor humano tiene necesidad de ser siempre purificado y nutrido con el fin de poder crecer; pero la analogía nos recuerda que no hay amor sin sacrificio, sin sufrimiento, sin cruz: ¡todo amor verdadero es un amor crucificado!

Pero de aquí resulta la « alegría », aún la « alegría » del amor, que era la marca de los cristianos en las comunidades primitivas –ellos vivían en la alegría y la simplicidad del corazón (Hch 2,46) -, y la gran mayoría de entre ellos eran matrimonios y familias, que vivían seriamente en medio de un mundo adverso y pagano su vocación de esposos y de padres.

Como nos lo recuerda muy bien el Papa Francisco, la paternidad y la maternidad están inscritas en nuestra naturaleza humana de hombres y mujeres, creados a la imagen y semejanza de Dios  (cf. Amoris laetitia 9). San Juan Pablo II hablaba de la « dimensión esponsal del cuerpo », para decir que estamos orientados los unos hacia los otros; que los otros no deben ser vistos como un peso, una fatiga, un peligro, sino como un don, un regalo divino.  En las catequesis sobre la teología del cuerpo, San Juan Pablo II hablaba de la urgencia de ver toda la realidad y muy especialmente a los otros, a la luz de una « hermenéutica del don ».

Muy queridas parejas unidas por el sacramento del matrimonio, he aquí vuestra vocación y vuestra misión. El Papa Francisco os invita, como parejas, a reconoceros recíprocamente como regalo que Dios pensó y preparó para cada uno de vosotros para toda la eternidad (cf. Amoris laetitia 72). Vosotros sois, el uno para el otro, una sola carne, y los dos, para vuestros hijos sois un regalo de Dios que así ha manifestado, de una manera admirable, cuánto os ama, por lo que sois; porque amados por Dios, cada uno de vosotros es un bien para Dios mismo, de donde el amor os precede.

Muy queridas parejas, tomad estos pensamientos como tema de coloquio entre vosotros, para el deber de sentarse. Sed fieles a la mística de nuestro Movimiento, condensado en los puntos concretos de esfuerzo. Ellos son un regalo de Dios a la Iglesia, que hace de las parejas y de nuestro Movimiento un signo de esperanza, porque manifiestan, por vuestro testimonio de vida, ¡que hoy es posible vivir « la alegría del amor »!.

P. José Jacinto Ferreira de Farias, scj, Conseiller Spirituel de l’ERI


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