MUY QUERIDOS EQUIPISTAS,
En las cartas anteriores os escribí sobre cómo he mantenido como tema de fondo durante estos años, la atención sobre dos puntos concretos de esfuerzo de la metodología espiritual de nuestro Movimiento, a saber, el deber de sentarse y la oración conyugal. Espero que ya habréis interiorizado estos dos puntos y los estéis practicando porque, verdaderamente, son de una importancia capital para vuestro crecimiento como parejas y para vuestro crecimiento integrados en el Equipo, ya que el equipo es una comunidad cuya vida espiritual y humana se desarrolla en una relación directamente proporcional al compromiso de cada pareja a ser fiel a la metodología de santidad que es característica del Movimiento en la Iglesia.En las actuales condiciones históricas de la humanidad y de la Iglesia, y en el contexto de la celebración del sínodo extraordinario sobre la familia y la nueva evangelización, la contribución de nuestro Movimiento es esencial, y la Iglesia espera mucho de nosotros para poder ser verdaderamente fermento y signo eficaz de esperanza para el mundo, de una esperanza verdaderamente concreta, vivida.
Hoy quisiera llamar vuestra atención sobre la importancia de la oración personal o individual. La oración personal es verdaderamente el aliento del alma. El Padre Caffarel nos dio el ejemplo: él mismo dedicaba gran parte de su tiempo cotidiano a la oración y tenía la costumbre de reservar tres meses del año a la meditación y la oración, porque sabía que si no estaban bien alimentadas con la oración, su vida espiritual y apostólica estaban gravemente comprometidas. Jesús nos dijo que debíamos orar sin cesar; y la liturgia nos invita también a mantener nuestro corazón en Dios, en la aclamación del prefacio en todas las eucaristías : ¡sursum corda! Habemus ad Dominum, decíamos en latín lo que las diversas traducciones expresan en la lengua de cada pareja.
Según Tertuliano [160-220], el cristiano debería recitar el Padre Nuestro tres veces al día: en la mañana, al medio día y en la tarde. Santa Teresa de Jesús quedaba tan absorta que no era capaz de ir más allá de decir: ¡Padre Nuestro ! ¿también nosotros hemos penetrado ya en la profundidad de lo que significa tener la posibilidad de dirigirnos a Dios como Padre, en la misma vibración de alma de Jesús, que nos introdujo en esta intimidad trinitaria?
Por eso en esta carta yo os exhorto a cada uno a cultivar el espíritu de oración, programando algún momento de vuestro tiempo cotidiano para que vuestra alma entre en un diálogo íntimo con Dios. A veces, la gente se lamenta porque sus oraciones no han sido escuchadas. San Agustín tenía una explicación muy interesante: no somos escuchados o porque somos malos o porque pedimos mal. En la enseñanza de Jesús, limitémonos a pedir que no nos deje caer en la tentación y nos libre de todo mal (Mt 6,13). En el fondo, debemos pedir al Señor que nos libre del pecado, ¡el único mal que nos puede llegar! Por último pidamos al Señor que se haga siempre su voluntad en nosotros, porque no sabemos si nos conviene más la salud que la enfermedad, la vida o la muerte. ¡Dejemos al Señor la decisión y pidamos la gracia de ver en todo un signo de su visita a nuestra casa!
Imploro abundantes bendiciones de Dios sobre vosotros en este tiempo de gracia, próximo al sínodo sobre la familia, fermento de esperanza y de paz. Os saludo personalmente a cada uno con toda la amistad de mi corazón.
P. José Jacinto Ferreira de Farias, scj
Consiliario espiritual del ERI