La velocidad con la que se suceden los acontecimientos y el cúmulo de informaciones que nos bombardean a través de los medios de comunicación y de las redes sociales de nuestra época, hace que, con frecuencia, perdamos de vista lo fundamental y nos distraigamos en las variedades de lo cotidiano.
Cada día, nuestros teléfonos móviles, tabletas y computadores, reciben miles y miles de noticias, chats, videos, audios, memes, saludos…etc. ¡Qué difícil establecer prioridades e importancias!
Desde el mundo de los vínculos familiar, laboral, económico, político, afectivo y eclesial nos llegan muchas cosas: espirituales o religiosas unas, interesantes, amables, chistosas o inútiles, otras. Nos invitan a diversas actividades, comportamientos, actitudes, modos de vida… En fin, ¡qué fácil se pierde el horizonte! Pareciera que la vida es solamente una suma de pequeñeces y el trajín ligero de cosas que pasan sin dejar huella.
Al lado de esas realidades, tenemos los interrogantes sobre el sentido de la vida y su significación; sobre los valores trascendentes y la invitación que Dios nos hace a caminar hacia lo pleno y definitivo. Jesucristo y la Iglesia nos convocan para hacer de nuestra existencia una presencia visible de la misericordia y la compasión de Dios. Los problemas del mundo contemporáneo no pueden sernos ajenos.
Calentamiento global, Amazonía en crisis, migrantes desesperados y maltratados, violencia, injusticia, inequidad, corrupción, pérdida de sentido, son algunos de los fenómenos negativos que acompañan nuestro caminar. A su lado, la solidaridad, la cooperación, la búsqueda de soluciones efectivas y eficaces, la consagración de tantas personas a las causas más nobles, la misericordia y la compasión que se manifiestan, el compromiso real de muchos por un mundo mejor.
A nosotros, los Equipos de Nuestra Señora nos señalan un proyecto y nos muestran en sus orientaciones que nuestra pertenencia al Movimiento debe manifestarse en una vida de testimonio y entrega, de salida y compromiso, de preocupación por el bienestar de otras parejas y de servicio concreto y eficaz a quienes tenemos delante.
Surge, entonces, el cuestionamiento sobre el camino a seguir. ¿Cuál debe ser nuestro comportamiento y cuál el compromiso que debemos asumir? No podemos perder el rumbo tratando de resolverlo todo. No podemos, tampoco, encerrarnos en una cápsula de crisis para aislarnos y mirar sólo lo nuestro. Es preciso observar claramente lo que hay a nuestro alrededor, trazar objetivos y propuestas y, enriquecidos por el amor de Dios y la vida compartida, salir al encuentro de quien necesita y requiere nuestra cooperación.
El Señor camina con nosotros y nos anima y fortalece. Con Él, podemos encontrar el mejor sentido a una existencia que quiere tener sentido. ¡Vamos adelante!
P. Ricardo Londono Dominguez,
Consiliario Espiritual
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